viernes, 21 de octubre de 2011

DOMUND 2011

"Así os envío yo" (Jn 20,21)

El lema está tomado del Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Misiones. Sus palabras nacen de la afirmación evangélica: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Es expresión de cómo la Iglesia asume la misión que el Padre encomendó a su Hijo al enviarlo al mundo. De la misma manera, Jesús envía a su Iglesia y a cada uno de los bautizados.
Es un envío que implica:

Todos: todos los bautizados y las comunidades cristianas están llamados a vivir la misión salvadora de Dios.

Todo: esta misión está destinada a todo y a todos, especialmente a los que aún no le conocen y a aquellos que se han alejado de la fe.

Siempre: la misión afecta a toda la humanidad y a todas sus dimensiones; no está limitada por tiempo ni por espacio... hasta la plenitud de los tiempos.

La Oración del Misionero

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba, como desde dentro de la alegría”

(Santa Teresita del Niño Jesús)

Orar con el

SALMO del MISIONERO

Tú llamas a seguirte y arrancas al hombre de los suyos.

Tú llamas a seguirte y pides vender todo y darlo por nada.

Tú llamas a seguirte y exiges perder la vida, perderla toda.

Tú llamas a seguirte, cargando con la cruz como revolucionario

del amor entre los hombres. Tu llamada es radical.

Tú llamas por el nombre y haces tuyo al hombre para siempre.

Tú llamas porque has amado primero y el amor es comunión.

Tú llamas porque eres bueno, porque tu corazón es fiesta.

Tú llamas y abres al hombre la voluntad del Padre.

Tú llamas y quieres hombres libres que te sigan.

Aquí estoy, Señor, quiero seguirte con mi corazón roto.

Aquí estoy, Señor del alba, quiero cambiar haciendo seguimiento.

Aquí estoy, Señor Jesús, da ritmo a mi proceso.

Aquí estoy, Señor, porque me has llamado, gracias.

SEMBRADOR DE NOGALES

Un día caminaba por el campo, cuando vi a un hombre bastante anciano, que estaba cavando un pozo. Intrigado, me acerqué a él para preguntarle qué estaba haciendo. "A mí siempre me gustaron las nueces", me contestó. "Hoy llegaron a mis manos las nueces más exquisitas que probé en mi vida, así que decidí plantar una de ellas". Me entristecí al pensar que ese pobre hombre, a tan avanzada edad, jamás llegaría a probar una de esas nueces. "Disculpe, amigo", le dije. "Para que un nogal dé frutos deben pasar muchísimos años, y dada su edad, es muy probable que cuando este arbolito de sus primeras nueces, usted ya haya muerto hace mucho. ¿No ha pensado que tal vez sería más provechoso para usted sembrar tomates, o melones o sandías, que le darán frutos que usted sí podrá saborear?". El hombre me miró un instante en silencio, durante el cual, no supe si sentirme muy sagaz por mi observación o muy estúpido. Tras unos segundos que me parecieron horas, finalmente me contestó: "Toda mi vida me deleité saboreando nueces, cosechadas de árboles cuyos sembradores probablemente jamás llegaron a probar. Cuando de nueces se trata, no le corresponde a quien siembra el ver los frutos. Por eso, como yo pude comer nueces gracias a personas generosas que pensaron en mí al plantarlas, yo también planto hoy mi nogal, sin preocuparme de si veré o no sus frutos. Sé que estas nueces no serán para mí, pero tal vez tus hijos o mis nietos las saborearán algún día." Y entonces me sentí muy pequeñito y egoísta por pensar sólo en mí. Desde ese día, me dediqué a plantar nogales.

Así es la labor del misionero. Nosotros sembramos, pero no nos corresponde ver los frutos. Claro, si sembramos sandías o tomates, obviamente pronto veremos los frutos, pero si nuestra siembra es profunda y sincera, estaremos sembrando nueces. No esperemos ver los resultados de nuestra labor misionera, porque si así lo hacemos, es probable que nos frustremos al no verlos. Si nuestro accionar es verdadero y está fundado en Cristo, quedará dentro de los corazones de la gente, y cuando Dios quiera, lo hará brotar y convertirse en frutos abundantes.

No hay que desanimarse si en algún momento parece que es inútil lo que estamos haciendo porque parece que alguien no nos escucha, o no le importa lo que hacemos, o no acuden a las celebraciones la cantidad de gente que esperaríamos. Que sea suficiente el saber que estamos dando lo mejor de nosotros, haciendo nuestro mejor esfuerzo. No nos corresponde a nosotros ver los frutos de la misión. Nosotros tan solo sembramos. Otros regarán, y será Dios, a su tiempo, quien cosechará.

CMS Trigueros

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