viernes, 27 de abril de 2012

INAUGURACIÓN PLACA PADRE PALAU CERVELLÓ


El domingo 22 de Abril, fue un día muy emotivo tanto para los habitantes de Cervelló como para las hermanas Carmelitas Misioneras, Carmelitas Misioneras Teresianas y para el Carmelo Misionero Seglar.

En la Iglesia parroquial de Santa María de Cervelló se conmemoraba el bicentenario del nacimiento del Beato Francisco Palau a Cervelló y también las misiones que el padre hizo por estas tierras, misiones que durante los años 1865-66. Se aprovechó la ocasión para bendecir el nuevo altar, la nueva Cruz que presidirá el Presbiterio, así como la bendición del Ambón, desde donde se proclamará la palabra de Dios, ya que desde la restauración a la que fue sometida la ermita aún no se había celebrado ninguna Eucaristía.

La celebración fue presidida por el Obispo de Sant Feliu de Llobregat Monseñor Agustí, asistió el alcalde de Cervelló con algún regidor y el arquitecto encargado de las diferentes obras, José María Reventos.

La celebración estuvo amenizada con cantos en latín, por el Coro de Cámara de la Catedral de Barcelona que al final de la Eucaristía nos ofreció tres piezas que fueron el deleite de todos los allí presentes.

Al final, las diferentes personalidades, entre ellas Mons. Agustí y el Alcalde dijeron unas palabras sobre la misión del Padre Palau y a la obra allí realizada. Seguidamente las hermanas portaban el retrato de Palau que iba a ser colocado en unos de los laterales de la ermita junto con la placa que conmemora el bicentenario y toda su obra.

Para finalizar el acto, se ofreció un pequeño aperitivo, donde se pudo compartir un rato y sacar fotos. Después de todo ello se volvió de regreso a nuestros lugares de origen.

La ermita se encuentra en un lugar a las afueras de Cervelló, tranquilo y apacible con unas vistas sorprendentes, y si se sube a la cima del monte donde están las ruinas del castillo mucho más.  
 
Jose 
CMS BADLONA

lunes, 23 de abril de 2012

PARTICIPACIÓN DEL CMS EN EL II CAPÍTULO PROVINCIAL CARMELITAS MISIONERAS

He buscado palabras en castellano para poder compartir con vosotros, queridos carmelitas misioneros seglares, la alegría inmensa que llenaba mi corazón, después de la finalización del Capítulo Provincial “MATER CARMELI DE EUROPA”. No lo he conseguido, porque necesitaría recurrir a metalenguajes, una vez que el lenguaje articulado no me lo permite, por escasez de vocablos más expresivos.

Quiero deciros, todavía, que ha sido un abrir ventanas y dejar el aire de Dios entrar, experienciando cómo circulaba entre todos nosotros el viento del Espíritu. Una vez más, Jesús me regalaba la experiencia pascual en medio de las queridas Hermanas Carmelitas! Digo esto, porque imperceptiblemente nos vamos acomodando a una vida espiritual empequeñecida, acomodada, sin fuerza, hecha de medias tintas y de medias verdades y nos falta la osadía de las verdades enteras.

Mientras abandonaba mi país rumbo a Valladolid, donde se celebraba el Capítulo, me apercibí que se rompía mi escenario geográfico y familiar y de pronto, casi me he sentido sola! Me miraba peregrina y con las manos pobres y vacías! Era el desafío claro a tener que trascenderme y abrirme al impacto de las sorpresas de Dios.

Salí del Capitulo con una voluntad firme de aceptar, que la vida reclama de mi, en esta hora de gran vacío existencial, un enérgico SÍ. En mi corazón quedó impresa la urgencia de anunciar el Evangelio con fuerza, con la total convicción de que nosotros, CMS, somos portadores de un mensaje de vida y esperanza.

La espiritualidad del laico, no es menos exigente que otras formas de vida, pues está marcada por la radicalidad evangélica del seguimiento de Jesús. Ésta es una verdadera vocación por la que estamos llamados, a tender puentes, dialogando con el mundo y con Dios, que nos habla a todos a través de Su Palabra.

Me acompañaba de regreso a Portugal una alegría profunda, genuina y desbordante por todo aquello que Dios me hacía ver, esto es, un Capitulo de Hermanas Consagradas, verdaderamente abiertas al mundo de hoy, deseando compartir con los laicos su espiritualidad y recibiendo con gusto y encanto todas nuestras aportaciones.

Cuando en el avión miraba el espacio infinito y tomaba conciencia clara de la gran ampliación del escenario de partida, descubrí que mi país y mis hermanos eran ya algo que me sobrepasaba!

Con el levantar los ojos más lejos y más alto, el cielo entraba dentro de mí!

Obrigada queridas Hermanas Carmelitas, por vuestra apertura al CMS y por hacernos sentir como verdadera FAMILIA!

Maria Vieria
CMS BEJA

domingo, 8 de abril de 2012

FELIZ PASCUA 2012


DOMINGO DE RESURRECCIÓN

El Domingo de resurrección. Los judíos terminaban su cena pascual a media noche. Quizás para diferenciarse de ellos, los primeros cristianos la iniciaban entonces y la prolongaban hasta el amanecer del domingo. La Didascalía de los apóstoles describe cuatro momentos: el ayuno previo, una gran liturgia de la Palabra, la celebración eucarística y un banquete: «Ayunad los días de Pascua, a partir del día décimo […] Pasad toda la noche en vela, rezando y orando, leyendo los profetas, el evangelio y los salmos […] Ofreced después vuestro sacrificio. Alegraos entonces y comed». Pronto se añadieron los ritos bautismales, que llegaron a ser su característica más distintiva. El Papa recuerda que, en la Vigilia, se celebraba el bautismo de la siguiente manera: «El bautizando era desvestido realmente de sus ropas. Descendía en la fuente bautismal y se le sumergía tres veces; era un símbolo de la muerte que expresa toda la radicalidad de dicho despojo y del cambio de vestiduras […]. Luego, al salir de las aguas bautismales, los neófitos eran revestidos de blanco, el vestido de luz de Dios, y recibían una vela encendida como signo de la vida nueva en la luz, que Dios mismo había encendido en ellos» (Homilía, 03-04-2010).

Cuando desaparecieron los bautismos de adultos, la vigilia pascual se fue adelantando, hasta trasladarse a la mañana del sábado. La reforma litúrgica del s. XX comenzó con la reinstauración de la vigilia pascual en 1951. Es decir, por el corazón y el núcleo inicial del año litúrgico. Hoy consta de cuatro partes: la liturgia de la luz (con la bendición del fuego y del cirio, del que se encienden la velas de los fieles, y el canto del exultet); la liturgia de la Palabra (que recorre las principales etapas de la historia de la salvación: creación, sacrificio de Abrahán, paso del Mar Rojo, promesas de los profetas, resurrección de Cristo y bautismo de los cristianos); la liturgia bautismal (con la bendición del agua, renovación de las promesas bautismales de todos los presentes y bautismo de los candidatos) y la liturgia eucarística (comunión con Cristo resucitado, que actualiza su sacrificio pascual).

Tradiciones pascuales. Teniendo la Pascua tanta importancia teológica y litúrgica, es natural que el pueblo cristiano la haya enriquecido con numerosas tradiciones. En España, Hispano América y en algunos lugares de Italia es muy común comenzar el día con la «procesión del encuentro». Un grupo de fieles sale de un templo con la imagen de Jesús resucitado. Otro grupo parte de otro oratorio con la imagen de la Virgen, envuelta de un manto negro. Cuando se encuentran, se canta el Regina coeli, se retira el manto de luto de la Virgen y tienen lugar otras manifestaciones de alegría, como soltar palomas y tirar dulces a los niños. En muchos lugares se mantiene la antigua costumbre de bendecir la carne y los huevos (tradicionalmente vetados durante la Cuaresma) y de tener comidas festivas con alimentos especiales (longaniza de Pascua, torta de Pascua…). El día se suele concluir con las «vísperas bautismales», con procesión al baptisterio y renovación de las promesas del bautismo. En muchos lugares, los días siguientes se bendicen las casas o se sigue llevando con solemnidad el Santísimo a los enfermos, para el cumplimiento del «precepto pascual», ya que el IV Concilio de Letrán determinó en 1215 la obligación de la comunión de los cristianos al menos una vez al año, el día de Pascua. Eugenio IV, en 1440, extendió la posibilidad de cumplir el precepto desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo In Albis. Hoy se alarga a todo el ciclo pascual.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

sábado, 7 de abril de 2012

SÁBADO SANTO

El Sábado Santo. Desde los primeros siglos, el Sábado Santo, como el Viernes, fue día de ayuno «por la ausencia del Esposo». Cuando se generalizaron los bautismos en la Vigilia, se dedicó la mañana para ultimar la preparación de los catecúmenos. La celebración comenzaba con un exorcismo y seguía con el effetá, la unción prebautismal, la renuncia a Satanás y la confesión de Cristo. En la Iglesia antigua, el catecúmeno se volvía hacia occidente (símbolo del ocaso del sol y, por tanto, del pecado y de la muerte) y pronunciaba un triple “no”: al demonio, a sus pompas y al pecado. Después se volvía hacia oriente (símbolo del nuevo sol que surge, de la luz y de Cristo) y pronunciaba un triple “sí”: al Padre, al Hijo y al Espíritu santo.

Estos ritos fueron eliminados al desaparecer el bautismo de adultos. Con el pasar del tiempo, la vigilia nocturna se fue adelantando, hasta terminar celebrándose a primera hora de la mañana, dándose las extrañas paradojas de que los textos seguían hablando de la noche y la Cuaresma terminaba a mediodía del Sábado Santo (llamado Sábado de Gloria), que es cuando se hacían tocar las campanas y se tiraban los aleluyas (estampas con grabados y versos escritos) desde el campanario. Por la tarde tenían lugar los estrenos teatrales y, en España, comenzaba la temporada de los toros. Con la reforma iniciada por Pío XII (1951-1955) y culminada después del Vaticano II (1969-1970), el Sábado Santo queda configurado como día de oración y silencio. 

 La «hora» de la Madre. Si el Viernes es la «hora» de Cristo, a la que toda su existencia se encaminaba, el Sábado es la «hora» de María, en que la fe y la esperanza de la Iglesia se recogen en su corazón de Madre, como recuerda la Congregación para el Culto Divino: «En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia […] es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su resurrección». Por eso, recomienda una celebración mariana en la mañana del Sábado Santo, como se hace cada año en la basílica romana de santa María la Mayor.
 P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

viernes, 6 de abril de 2012

VIERNES SANTO

El Viernes Santo. Durante los primeros siglos del cristianismo, la Pascua era la celebración conjunta de toda la historia de la salvación y de todo el misterio de Cristo, subrayando su pasión. Siguiendo a san Juan, la pasión era identificada con la glorificación de Cristo. Con el pasar del tiempo, se distinguirán ambos aspectos en celebraciones separadas. A finales del s. IV, la beata Egeria testimonia en Jerusalén una adoración de la cruz, que duraba toda la mañana, y una liturgia de la Palabra, con numerosas lecturas, que duraba toda la tarde. La adoración se extendió a las iglesias que poseían reliquias de la cruz, para terminar siendo una práctica general. También se dramatizó el rito, con el descubrimiento y ostentación de la cruz, acompañado de postraciones. La actual liturgia del Viernes Santo es el fruto de la síntesis de tradiciones diversas. Su estructura celebrativa consta de cuatro partes: la pasión proclamada (liturgia de la Palabra), la pasión invocada (oraciones solemnes), la pasión venerada (adoración de la cruz) y la pasión comulgada (comunión eucarística).

El Via Crucis. La Iglesia no solo celebra su fe con la liturgia. En concreto, el Viernes Santo, la manifiesta con varios ejercicios de piedad, como el Via Crucis, las procesiones de la Pasión y el recuerdo de los dolores de la Virgen María. El Papa dice que el Via Crucis consiste en «evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo [… para] contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que marcó la cumbre de su misión terrena» (Discurso al finalizar el Via Crucis en el Coliseo, 21-03-2008).

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

jueves, 5 de abril de 2012

JUEVES SANTO

 El Jueves Santo. En este día, las fuentes más antiguas solo describen el rito de reconciliación de los penitentes. A finales del s. IV, Egeria ya testimonia en Jerusalén una misa en el Martyrium (la basílica sobre el Gólgota) hacia las dos de la tarde. Al terminar, todos se dirigían a la capilla que había tras la cruz del atrio de la Anástasis (la basílica del Santo Sepulcro), donde se tenía otra misa sin lecturas, pero con comunión de todos los presentes (añadiendo que éste era el único día del año que se celebraba la Eucaristía en ese altar). Después de una cena ligera, todos se dirigían a la Eleona (la basílica del Monte de los Olivos), donde comenzaba hacia las siete de la tarde una vigilia en recuerdo de la agonía de Jesús, que duraba toda la noche y terminaba con una procesión hasta la Anástasis al alba del viernes. En el siglo V están testimoniadas en Roma tres misas: la de reconciliación de penitentes, la de consagración del crisma y la que conmemoraba la institución de la Eucaristía. Con el tiempo, las tres se fusionaron en una, celebrada por la mañana, en la que adquirieron gran importancia algunos elementos, como el lavatorio de los pies, la reserva del Santísimo en un monumentum (sepulcro), al que se añadieron flores, velas e incluso soldados romanos (como los que hicieron vela ante el sepulcro de Jesús) y el proceso de desnudar los altares (e incluso de lavarlos y ungirlos). En nuestros días, la misa vespertina de la Cena del Señor da inicio al Triduo pascual. En ella se conmemora la institución de la Eucaristía, el sacerdocio ministerial y el mandamiento nuevo del amor fraterno.

Reserva y adoración de la Eucaristía. Como el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía, desde tiempos antiguos, la Iglesia reserva el Santísimo para la comunión del día siguiente. Al principio se conservaban en la sacristía el pan y el vino consagrados, pero desde el s. XI los libros rituales romanos excluyen la reserva del vino y especifican que el traslado se haga procesionalmente a un lugar convenientemente preparado. La liturgia recomienda «una adoración prolongada en la noche del Santísimo Sacramento ante la reserva solemne».

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

domingo, 1 de abril de 2012

MISA CRISMAL

 La misa Crismal. Se puede celebrar en la mañana del Jueves Santo o en un día cercano. En ella se consagra el Crisma, se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos y los presbíteros renuevan sus promesas sacerdotales en presencia del obispo. Para facilitar la presencia del mayor número posible de sacerdotes, se suele anticipar a los días anteriores, ya que el jueves están todos ocupados en la preparación de los oficios de la tarde. Como excepción dentro del tiempo de Cuaresma, se canta el Gloria y los ornamentos litúrgicos son blancos. El prefacio expresa la relación entre Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y la vida y el ministerio de los presbíteros, colaboradores de ese único sacerdocio: Él «elige a hombres de este pueblo para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos».

Os envío algunas reflexiones sobre las celebraciones de la Semana Santa, que este año celebraré con las carmelitas descalzas de Enna (Sicilia). En años pasados ya os mandé una reflexión sobre el Domingo de Ramos, la Semana Santa de Jesús y el domingo de Pascua, que podéis encontrar en estos enlaces:




P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

DOMINGO DE RAMOS

La liturgia actual tiene dos partes diferenciadas, aunque profundamente relacionadas entre sí. La primera consiste en la procesión, precedida por la bendición de los ramos y la proclamación del evangelio de la entrada en Jerusalén. La segunda es la Eucaristía, en la que se leen uno de los cánticos del siervo de YHWH (Is 50,4-7), el himno paulino que habla de la obediencia de Jesús, que «se rebajó hasta someterse a la muerte» (Flp 2,6-11), y la pasión del Señor, en la versión del evangelista propio de cada ciclo. El color litúrgico es el rojo, como el Viernes Santo.
La procesión. La peregrina Egeria narra cómo se celebraba en Jerusalén a finales del s. IV. El obispo y el pueblo, con ramos de palma y olivo, se dirigían cantando desde el Monte de los Olivos hasta la Anástasis (la basílica del Santo Sepulcro). Los niños ocupaban un lugar destacado. Los peregrinos la llevaron a sus lugares de origen, realizándola de una manera cada vez más compleja y festiva. En algunos sitios, el obispo iba montado en un burro, representando a Cristo. En otros se llevaba el libro de los evangelios, la cruz o el Santísimo Sacramento. Por el camino, se hacían estaciones, con oraciones, cantos y bendiciones. Al llegar a la muralla, extendían los mantos ante la cruz y todos se postraban para adorarla. Una vez en el templo, el obispo golpeaba las puertas con la cruz, mientras decía: «Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas, que va a entrar el rey de la gloria» (Sal 24 [23]) y establecía un diálogo con los que estaban dentro. Cuando se abrían, entraba la procesión. La última reforma litúrgica simplificó los ritos.
El antiguo Israel celebraba la entronización de sus reyes, aclamándolos con salmos, saliendo a su encuentro con ramos en las manos y colocando sus mantos por el camino. En este sentido, la procesión de Ramos es una procesión en honor de Cristo Rey.
La entrada triunfal en Jerusalén. Fue la manifestación de Jesús como el Mesías-Rey prometido por los profetas. Antes había rechazado este título, demasiado unido a las expectativas políticas de Israel. Cuando las circunstancias hacían prever el desenlace, lo aceptó, mientras el pueblo aclamaba: «Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David» (Mc 11,10). Para que se comprenda qué tipo de reinado es el suyo, no entra en la ciudad sobre un carro de combate o un caballo. Tampoco le vitorean soldados con armas. Por el contrario, entra montado en un asnillo, aclamado por los niños, que menean ramos de olivo. El asno es el animal que usaba la gente sencilla en sus trabajos y en sus desplazamientos. San Juan dice que sus discípulos no entendieron el gesto y que solo más tarde comprendieron que estaba cumpliendo una profecía (cf. Jn 12,16).
Efectivamente, Zacarías anunció que un futuro rey de Jerusalén lo terminará siendo de toda la tierra, con estas palabras: «Se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un borriquillo. Destruirá los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén. Quebrará el arco de guerra y proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra» (Zac 9,9-10). Es decir, será un rey de paz (destruirá los carros de guerra), universal (gobernará de mar a mar) y pobre entre los pobres (usa el burro y no el caballo). La entrada de Jesús en Jerusalén es anuncio de su pasión, de su caminar libremente hacia la cruz.
La «hora» de la muerte y de la glorificación. La Iglesia, con la mirada puesta en la mañana de Pascua, aclama a Cristo como su Rey, triunfador del pecado y de la muerte, aunque es consciente de que su entrada en Jerusalén es, al mismo tiempo, el inicio de su sufrimiento. De esta manera, la liturgia pone en relación la Cuaresma y la Pascua al unir las alegres aclamaciones en honor de Cristo Rey y la proclamación de su pasión.
Al cantar «Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor», debemos recordar las oraciones de Adviento, en las que se suplica la «venida» del Señor y las de Navidad que la celebran como ya acaecida. El Señor que vino en la humildad de la carne hace dos mil años y que vendrá con gloria al fin de los tiempos, viene ahora a nuestro encuentro en cada celebración litúrgica. Por eso, en cada misa, durante el canto del santo, seguimos diciendo: «Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en el cielo». El domingo de Ramos, que une las promesas, el cumplimiento histórico y la esperanza de plenitud, la pasión y el triunfo, la Cuaresma y la Pascua, enseña que no hay ningún día del año que sea independiente de los otros. Todas las fiestas están unidas entre sí y todas celebran a Cristo, que vino, que viene y que vendrá; que asume nuestra pobreza para darnos su riqueza; que se entrega a la muerte para darnos vida. Aunque en todas las eucaristías se anuncia la muerte del Señor y se proclama su resurrección, hasta que Él vuelva (Cf. 1Cor 11,26), en la liturgia de este día se manifiesta especialmente la profunda unidad del misterio de Cristo.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.