 Hablando  con propiedad, el 31 de diciembre no es una fiesta litúrgica; pero es  una fecha muy arraigada en la sociedad, que celebra el final de año con  conciertos, cenas, fuegos de artificio y otras manifestaciones  populares. En Italia, por ejemplo, es normal comer lentejas en la cena  de Nochevieja y en España es costumbre comer doce uvas cuando suenas las  campanas a media noche. En los conventos y monasterios se suelen pasar  los últimos momentos del año viejo y los primeros del año nuevo en  presencia de Jesús Sacramentado. Así los pasaré yo, si Dios quiere, en  el centro de espiritualidad del Desierto de las Palmas, con las personas  que acuden desde hoy para la convivencia de fin de año.
Hablando  con propiedad, el 31 de diciembre no es una fiesta litúrgica; pero es  una fecha muy arraigada en la sociedad, que celebra el final de año con  conciertos, cenas, fuegos de artificio y otras manifestaciones  populares. En Italia, por ejemplo, es normal comer lentejas en la cena  de Nochevieja y en España es costumbre comer doce uvas cuando suenas las  campanas a media noche. En los conventos y monasterios se suelen pasar  los últimos momentos del año viejo y los primeros del año nuevo en  presencia de Jesús Sacramentado. Así los pasaré yo, si Dios quiere, en  el centro de espiritualidad del Desierto de las Palmas, con las personas  que acuden desde hoy para la convivencia de fin de año.  
Estas fechas son muy oportunas para reflexionar sobre el paso del tiempo y el uso que hacemos de él. Ante todo, tenemos que dar gracias a Dios por el tiempo de vida que nos concede, sea largo o corto, independientemente de las circunstancias que nos toquen vivir. La vida es un regalo y cada nuevo día es una oportunidad. En segundo lugar, tenemos que pedir perdón por el tiempo malgastado en obras malas (los pecados) y en otras que, sin ser malas, tampoco eran buenas (las faltas de omisión, el bien que pudimos hacer y no hicimos). También podemos aprovechar para interceder por los que amamos, por los que sufren y por los que no conocen a Dios, suplicando a Dios que tenga misericordia de todos. Por último, debemos poner nuestra vida entera en manos del Señor: el pasado, el presente y el futuro; sabiendo que Él quiere lo mejor para nosotros y que Él sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene. Con confianza absoluta y con deseos de que su voluntad se cumpla en nosotros.
No importa cuántos años tienes ni cuáles son las circunstancias concretas de tu vida en estos momentos. Hoy, aquí y ahora, es el tiempo de la gracia y de la salvación para ti. Cristo, el Hijo eterno de Dios ha entrado en nuestra historia y permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él no espera a que seas bueno para darte su gracia. Te la ofrece hoy, en este momento. Y te la ofrece gratis. Basta que quieras recibirla con el corazón agradecido. Por ti se ha hecho hombre, por ti ha asumido la debilidad, la pobreza, el frío, los sufrimientos y la muerte. Por ti se queda en la Eucaristía y para ti actúa en los sacramentos de la Iglesia.
Al respecto, san Pablo tiene un texto precioso, que dice: “Les suplicamos que no hagan inútil la gracia de Dios que han recibido. Dice la Escritura: En el momento fijado te escuché, en el día de la salvación te ayudé. Pues bien: éste es el momento favorable, éste es el día de la salvación” (2Cor 6,1-2). A veces estamos tentados de pensar que otros tiempos fueron mejores: cuando teníamos más salud, cuando éramos más jóvenes, cuando vivíamos en un determinado lugar. Pero san Pablo dice: “Éste es el momento favorable, éste es el día de la salvación”. No ayer; no mañana; hoy. En este momento concreto, con sus luces y sus sombras, el Señor me ofrece su gracia y me invita a su amistad. Siempre hay personas que acogen su gracia y personas que la rechazan. Por eso, también nos invita a no hacer inútil la gracia que hemos recibido; es decir, a no desperdiciarla, a acogerla y a dejarla actuar en nuestra vida.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
 






