El domingo IV de Pascua es llamado del Buen Pastor, porque se lee en misa el evangelio en el que Jesús habla de sí mismo usando esa imagen. El contexto de la parábola es éste: Los pastores del tiempo de Jesús dejaban por las noches sus rebaños en un corral común, con un guarda. Era la manera más fácil de protegerlas de los ataques de los lobos o de los ladrones. Al amanecer, antes de salir el sol, cada pastor recogía sus propios animales y los llevaba a pastar. Cada pastor ha visto nacer y crecer a sus corderillos y los conoce bien. Incluso tiene un nombre para cada uno. Las ovejas también reconocen el olor y la voz de su dueño y no siguen a otro. Cada pastor entra en el recinto y llama a las ovejas por su nombre. Una vez fuera, las cuenta y, cuando están todas, camina delante de ellas para conducirlas a pastar al campo, haciendo oír su voz para que no se pierdan. A un extraño, sin embargo, no le siguen. Al contrario, tienen miedo de él y huyen de su presencia, porque no están familiarizadas con su voz.
El buen pastor conoce a sus ovejas y es capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce las necesidades concretas de cada una, sufre con ellas las inclemencias del tiempo y el cansancio de los desplazamientos, vela por su rebaño, lo protege de los enemigos que lo amenazan, cura a las ovejas enfermas, alimenta con solicitud a las preñadas, dedica una atención especial a las más débiles. El verdadero pastor se diferencia claramente de un asalariado. Éste último trabaja por dinero y no le importa la suerte de las ovejas. Esto se ve cuando llegan los lobos hambrientos a atacar el rebaño. Mientras que, en este caso, el dueño de las ovejas se enfrenta con ellos para defenderlas, el mercenario huye, pensando sólo en sí mismo.
Jesús es el verdadero Pastor bueno y generoso que conoce nuestros nombres, nuestras características personales, nuestra historia y que nos ama con un cariño único e irrepetible. Él viene a buscarnos para sacarnos del redil donde estábamos encerrados (la esclavitud del pecado y de la ley) y conducirnos a la libertad de los hijos de Dios. Nos habla, educándonos con sus enseñanzas. Quienes le escuchan saben que sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68). Nos alimenta con su propio Cuerpo y su propia Sangre (Jn 6,55). Nos regala el agua del Espíritu Santo, la única que puede saciar nuestra sed (Jn 4,14). Nos conduce a la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1), manifestándonos lo ilimitado de su amor al dar la vida por nosotros (Jn 15,13). La verdadera felicidad consiste en acogerle y seguirle, porque nadie va al Padre, sino por Él.
«Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; por eso me entrego por las ovejas». Jesús describe aquí su relación con los suyos. Entre Él y los creyentes se da el mismo conocimiento profundo e íntimo y el mismo afecto sincero y tierno, que entre Él y su Padre del Cielo. En la Biblia, el verdadero conocimiento no es una mera relación intelectual, sino la comunión en el amor. Conocer a alguien es comprender sus sentimientos más profundos, los motivos por los que actúa de una forma determinada. Como el Padre conoce y ama a Jesús (con un conocimiento y un amor perfectos), Jesús nos ama a nosotros. Ante este misterio, exclamaba santa Teresa de Jesús: «¡Oh, Señor!, que me amas más de lo que yo me puedo amar a mí misma, ni entiendo». Nuestro único deseo es conocer cada día más y amar cada momento mejor a Jesús. Para eso escuchamos su voz, nos alimentamos con la celebración de sus Sacramentos y seguimos sus pasos por los caminos de la vida.
Es verdad que, en el momento definitivo, si el pastor tiene que elegir entre su vida y la de las ovejas, prefiere salvar la suya, que es más valiosa. Además, antes o después, venderá a las ovejas o se las comerá. En el caso de Jesús no es así: Él no usa las ovejas en provecho propio. Al contrario, da la vida por ellas, muere para que ellas tengan vida: Se «entrega» por las ovejas. El verbo utilizado aquí es el mismo usado en la última cena: «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros» (Lc 22,19) y en el momento de la muerte de Jesús: «Inclinando la cabeza, entregó su espíritu» (Jn 19,30).
«Las ovejas me siguen porque conocen mi voz». Los creyentes estamos llamados a reconocer la voz de nuestro Pastor, que nos habla al corazón dulces palabras de amor y de comunión íntima: «¡La voz de mi Amado! Miradlo cómo viene saltando por los montes [...] Habla mi Amado y me dice: “Levántate, amada mía, preciosa mía, ven a mí. Que ya ha pasado el invierno, han cesado las lluvias y se han ido” [...] ¡Es tan dulce tu voz! [...] Mi Amado es para mí y yo para Él» (Cant 2,8ss).
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Para profundizar, clickar aquí:
http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/jesus_es_el_buen_pastor.htm
Si alguien quiere un comentario mío al salmo del buen pastor, basta con clickar aquí
http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/orar_con_el_salmo_23.htm
2 comentarios:
¿Cómo puedo dejar de amarte, a tí que de tal manera me has amado, no se puede imaginar un amor superior a este, dar tu vida a trueque de mi salvación.
Hay dos versos en el soneto de Lope de Vega que siempre me llegan profundamente, el primero y el último:"Pastor que con tus silbos amorosos" y "si estás para esperar, los pies clavados". Entre uno y otro transcurre toda nuestra vida de cristianos.
Jesús guía y camino de vida tú nos conoces y nos llamas cada día, haznos humildes y capaces de reconocer tu voz, para llevarnos por el sendero de salvación. Fortalece a los que elegiste, ayúdales a crecer en el amor y Santidad para responder plenamente a tu llamada.
Necesitas un pastor, y lo tienes. Ese que te llama por tu nombre, que te busca cuando estás perdida, te toma entre sus brazos y te acaricia. Ese cuya voz conoces y con ella te apacigua. Él conoce a los que te hacen daño, y te guarda y te defiende con su vida. Te conduce por los pastos adecuados, cuando brilla el sol y cuando está nublado.
Tu sabes y conoces el fondo de mi corazón... MREL.5,7
F.Palau
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