Esta oración nos anuncia el verdadero EVANGELIO, la BUENA NOTICIA que la Iglesia no se cansa de proclamar: gracias a la obra salvadora de Cristo, Dios Padre nos ha adoptado como hijos suyos y la señal de que somos hijos de Dios es que Él ha enviado el Espíritu Santo a nuestros corazones (cf. Gal 4,6; Rom 8,15).
El envío del Espíritu Santo a nuestros corazones es la plenitud del misterio pascual y de toda la historia de la salvación. Ese es el proyecto eterno de Dios, anterior a la creación del mundo y para esto vino su Hijo a la tierra. Desde toda la eternidad Dios pensó en crear unos seres a los que hacer partícipes de su misma vida y de su mismo amor, a los que comunicar su Espíritu.
San Pablo dice que todos somos hombres “carnales”, es decir, que en lo más profundo de nuestro corazón anidan los instintos animales. Vamos a la perdición si nos dejamos dominar por esos instintos (de pereza, de egoísmo, de venganza…). Pero Dios nos ha dado su Espíritu para que podamos llegar a ser “espirituales” como Jesús (capaces de compartir, de perdonar, de amar gratuitamente). Y añade: “Los que se dejan guiar por los bajos instintos tienden a lo bajo […], los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,5.14).
Yo debo confesar que aún no pienso siempre como Jesús, que aún no perdono siempre como Jesús, que aún no amo siempre como Jesús. Por eso tengo tanta necesidad de su Espíritu de fortaleza, de sabiduría y de compasión. Por eso tengo que seguir rezando: “Dame tu Espíritu, Señor. Eso me basta”. ¡Feliz fiesta de Pentecostés a todos!
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