P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
viernes, 10 de mayo de 2013
FIESTA DE LA ASCENSIÓN
Las fiestas pascuales se acercan a su cumplimiento. El
domingo próximo, si Dios quiere, celebraremos la Ascensión del Señor y el
siguiente, Pentecostés.
En el Antiguo Testamento, “ascensión”, “elevación” y “glorificación”
son tres palabras sinónimas para indicar la entronización de un rey, la toma de
posesión de su reino. Eso es lo que celebramos en la Ascensión de Jesús: el
triunfo definitivo del Señor resucitado sobre el pecado y sobre la muerte, el
cumplimiento de su misión salvadora, la manifestación de su gloria, su
entronización “a la derecha del Padre”.
La “ascensión” de Jesús se comienza a realizar en el momento
de su crucifixión, tal como Jesús indicó en varias ocasiones: “Lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
Hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15); “Cuando
sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,23). Por eso, al
hablar de su pasión, los evangelios dicen: “Estando para cumplirse los días de
su ascensión, Jesús se dirigió resueltamente a Jerusalén” (Lc 9,51).
La Pascua de Jesús es su pasión, muerte y glorificación. La “hora”
de Jesús, su “elevación” para salvar a los hombres atrayéndolos hacia sí
comenzó en la cruz, continuó en la resurrección y llegó a plenitud en la
Ascensión y en el envío del Espíritu Santo sobre los creyentes. Estos acontecimientos
son las distintas etapas de un único proceso. El que “se despojó de su rango,
tomó la condición de esclavo y se abajó hasta la muerte de cruz, ha sido
exaltado sobre todo” (cf. Fil 2,6ss).
“Antes de las fiestas
de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al
Padre…” (Jn 13,1). Como sabemos, la palabra Pascua significa “paso”. Cristo ha
dado un único paso de la cruz a la gloria, pero nosotros necesitamos de días y
de años para comprender algo de este misterio, por eso en nuestras
celebraciones cada vez ponemos la mirada en un solo aspecto de este proceso.
La Ascensión de Jesús supone la apertura del cielo para los
creyentes, la salvación de los que confían en Él. Por eso, en el momento de su
muerte, Jesús puede prometer al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el
Paraíso” (Lc 23,43). Nosotros confiamos en poder estar un día con Cristo en el
Paraíso. Mientras tanto, procuremos ser testigos de su resurrección en el mundo.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
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