sábado, 7 de abril de 2012
SÁBADO SANTO
El Sábado Santo. Desde
los primeros siglos, el Sábado Santo, como el Viernes, fue día de ayuno «por la
ausencia del Esposo». Cuando se generalizaron los bautismos en la Vigilia, se
dedicó la mañana para ultimar la preparación de los catecúmenos. La celebración
comenzaba con un exorcismo y seguía con el effetá, la unción
prebautismal, la renuncia a Satanás y la confesión de Cristo. En la Iglesia
antigua, el catecúmeno se volvía hacia occidente (símbolo del ocaso del sol y,
por tanto, del pecado y de la muerte) y pronunciaba un triple “no”: al demonio,
a sus pompas y al pecado. Después se volvía hacia oriente (símbolo del nuevo
sol que surge, de la luz y de Cristo) y pronunciaba un triple “sí”: al Padre,
al Hijo y al Espíritu santo.
Estos ritos fueron eliminados al desaparecer el bautismo de
adultos. Con el pasar del tiempo, la vigilia nocturna se fue adelantando, hasta
terminar celebrándose a primera hora de la mañana, dándose las extrañas
paradojas de que los textos seguían hablando de la noche y la Cuaresma
terminaba a mediodía del Sábado Santo (llamado Sábado de Gloria), que es cuando
se hacían tocar las campanas y se tiraban los aleluyas (estampas con grabados y
versos escritos) desde el campanario. Por la tarde tenían lugar los estrenos
teatrales y, en España, comenzaba la temporada de los toros. Con la reforma
iniciada por Pío XII (1951-1955) y culminada después del Vaticano II
(1969-1970), el Sábado Santo queda configurado como día de oración y silencio.
La «hora» de la Madre.
Si el Viernes es la «hora» de Cristo, a la que toda su existencia se
encaminaba, el Sábado es la «hora» de María, en que la fe y la esperanza de la
Iglesia se recogen en su corazón de Madre, como recuerda la Congregación para
el Culto Divino: «En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como
concentrado todo el cuerpo de la Iglesia […] es imagen de la Iglesia Virgen que
vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su resurrección». Por
eso, recomienda una celebración mariana en la mañana del Sábado Santo, como se
hace cada año en la basílica romana de santa María la Mayor.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
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