Si la devoción a la "Flor del Carmelo" es intensa en la gente de la mar, no lo es menos en los peregrinos de tierra, que navegan en esta travesía que es la vida. A Ella acudimos con gran fervor para llegar a buen puerto; "muéstranos a Jesús", decimos en la Salve. Ese buen puerto es, precisamente, la visión de su Hijo, una vez que termine la peregrinación, la travesía, y se pase del mundo terrenal a la mansión eterna.
La Estrella de los mares es nuestra abogada, auxilio y socorro; Ella es el monte, la roca firme a la que nos agarramos en los momentos en que la mar se pone bravía. Pero durante esta travesía es imprescindible la luz de la fe, que nos guía en medio del sufrimiento y de la debilidad y nos da la fuerza que nos conforta en la adversidad. "La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Quien cree nunca está solo", Lumen fidei.
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