La realeza de Cristo. El Evangelio del día es el de la adoración de los Magos. En la antigüedad, se pensaba que siempre que nacía un personaje importante, especialmente un rey, un astro se manifestaba en el cielo. Así lo interpretaron los Magos, que «al ver la estrella, se dijeron: Éste es el signo del gran Rey; vamos a su encuentro y ofrezcámosle nuestros dones». Al ver la estrella en tierras de Israel, se dirigieron directamente a la corte de Jerusalén, para preguntar por el rey al que pertenecía. La primera lectura de la misa anuncia que todos los pueblos, con sus reyes a la cabeza, acudirán a Jerusalén para ofrecer dones al Dios verdadero y a su Mesías: «Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60,3). Por eso, la respuesta del salmo responsorial canta: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra».
De esta manera, se afirma que el Niño que nació en la pobreza de una gruta es el Rey del mundo, al que todos los reyes deben veneración, tal como anunciaron los profetas: «Esta estrella resplandece como llama viva y revela al Dios, Rey de reyes; los magos la contemplaron y ofrecieron sus dones al gran Rey». Desde antiguo, en los dones de los Magos, se vio una manifestación de la identidad del Niño: el oro se ofrecía a los reyes, el incienso a Dios y la mirra era utilizada para ungir los cadáveres antes de la sepultura.
La universalidad de la salvación. Los Santos Padres vieron en los Magos de Oriente un anticipo de los pueblos no judíos, llamados a encontrar la salvación en Cristo. Así lo interpreta San León Magno: «Que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas […] Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido […] en el mundo entero». Si en la Navidad se celebra la venida de Dios al mundo, en Epifanía se celebra que su venida nos capacita para ir a su encuentro. Los Magos son la primicia, a la que siguen muchos otros. La liturgia subraya la idea de la manifestación (epifanía) del Señor como salvador de todos los pueblos: «Señor, tú que manifestaste a tu Hijo en este día a todas las naciones por medio de una estrella…» Ésta es la gran revelación de la fiesta de Epifanía. Éste es «El misterio escondido desde siglos y generaciones, [que] ahora ha sido revelado».
Una fiesta de extraordinaria riqueza. Aunque los otros aspectos quedaron algo apagados, nunca se olvidaron totalmente, tal como se puede comprobar en los textos litúrgicos, hasta nuestros días: «Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos». Estos variados acontecimientos son distintos momentos de una única realidad: la “manifestación” de nuestro Señor Jesucristo.
El anuncio de las fiestas pascuales y otras tradiciones. En el concilio de Nicea, las Iglesias acordaron celebrar la Pascua en la misma fecha. Se pidió a la Iglesia de Alejandría que se encargara de los complicados cálculos y lo comunicara en una carta que se leía el día de Epifanía, después de la proclamación del Evangelio. En muchos lugares se conserva esta costumbre. A lo largo de los siglos, han surgido numerosas tradiciones populares con motivo de Epifanía, que se convirtió en una fiesta en honor de Cristo Rey. Durante mucho tiempo, se realizaba una colecta contra la esclavitud. Desde 1843, la obra de la Infancia Misionera (o de la Santa Infancia) sensibiliza a los niños con las misiones católicas. Desde 1957 en España se recogen fondos para ayudar a los catequistas nativos y al Instituto Español de Misiones Extranjeras. En algunos países se bendice la casa, escribiendo en sus muros con una tiza la Cruz, el año en curso y las iniciales de los nombres de los Reyes Magos. En otros se intercambian regalos o se come el roscón de reyes, con una sorpresa escondida en su interior. El que la encuentra es nombrado rey de la casa. En España son muy tradicionales las cabalgatas por las calles de las ciudades. En el Oriente cristiano se bendicen las aguas con la Cruz (tanto el agua bautismal como las fuentes y los ríos). En Occidente se conservó la bendición solemne del agua en este día, reservada al obispo o a su delegado, hasta la última reforma litúrgica.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
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