Para comprender el sentido de esta devoción, podemos
recordar el simbolismo teológico del concepto “corazón”: “Corazón significa el
centro más íntimo de la persona humana, centro desde el cual el hombre se
relaciona original y totalmente con las demás personas. El corazón es la unidad
original y configuradora de los comportamientos de una persona. Sólo las
personas tienen centro de la “existencia” y sus comportamientos son
“cordiales”, o sea, nacen de un punto central común e íntimo que los reúne a
todos y les acuña su último sentido” (Karl Rahner, Escritos de Teología, T.
III).
Santa Teresa decía: “obras son amores y no buenas
razones”. Una clave para valorar la coherencia entre la forma de pensar y de vivir
de las personas. Cierto que la fe se realiza en el amor (cf. Ef 4,15), que una
fe sin obras acaba siendo un deseo, un sentimiento (cf. Sant 2,17). Pero la
experiencia nos dice que no basta con obras, es necesario un impulso interior,
el amor, pues “lo que rebosa del corazón lo habla la boca” (Mt 12,34).
La fe
cristiana “es la religión del permanecer en la intimidad de Dios, del
participar en su vida”. Una experiencia que Dios hace brotar en el corazón de
cada uno. Según la tradición bíblica, el corazón es una realidad interior que
representa la plena conciencia de la persona, la sede simbólica de la razón y
la voluntad, de las decisiones, de los grandes proyectos vitales. Por eso,
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”(Mt 5,8). Es
la realización de la promesa de Dios: “Les daré otro corazón e infundiré en
ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un
corazón de carne” (Ez 11,19). Se trata de vivir la fe en Dios en el corazón, no
en apariencia. Una fe que, si es tal, no puede dejar de realizar las obras del
amor.
Cristo mismo evoca en el Evangelio muchas veces el
corazón. “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os
aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y
humilde corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29). El
corazón es el símbolo de su amor por nosotros: “uno de los soldados, con la
lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34). Ahí
se sitúa la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que alcanzará una fuerte
intensidad a través de las revelaciones hechas a Santa Margarita María
Alacoque. Su fruto es una nueva aproximación al Misterio de Cristo,
descubriendo, como recuerda Benedicto XVI, “el Misterio del corazón de un Dios
que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad… no se rinde ante la
ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que se ha escogido; más aún,
con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito, para que cargue
sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y
de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados
por el pecado”.
Estamos llamados a vivir la fe desde el centro de
nuestro ser, desde el corazón. Esto no significa una espiritualidad
sentimental, sino una adhesión plena al ser mismo de Dios. Oremos, en las horas
de luz y en las de oscuridad, permanezcamos unidos a la oración confiada de
tantos cristianos: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.
+
Javier Salinas Viñals
Obispo de Tortosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario