Enseñanzas sobre la oración de Santa Teresa de Jesús
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Santa Teresa de Jesús es maestra de oración en la Iglesia. Sus escritos han servido de estímulo y alimento para la oración de varias generaciones cristianas. Cuando narra la historia de su vida, en cierto momento tiene que interrumpirla e introducir un tratadillo de oración, porque si no lo hace, no se puede entender lo que viene a continuación. Tomando enseñanzas de esas páginas y de sus demás escritos, ofrezco una carta que ella no escribió, pero que está compuesta por textos suyos, por lo que perfectamente la podemos leer como dirigida por ella a cada uno de nosotros, con su estilo directo e interpelante. Comenzamos como hace ella en su epistolario: Jesús. El Espíritu Santo sea con vuestra merced.
La oración es la vida del alma
Hallándome yo en este Palomarcico de la Virgen, a mi noticia ha venido su interés en las cosas del espíritu, de lo que he recibido mucho contento. Y ya que tanto me ha importunado para que le escriba algo de lo que yo entiendo sobre asuntos de oración, pongo aquí por seguido algunas de las cosas que tengo escritas en otros lugares, con la confianza de que quien lo leyere se aproveche para amar un poco más a Nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos. Amén.
Pues hablando de los que comienzan a ser siervos del amor (que no me parece otra cosa el determinarse a seguir por el camino de la oración al que tanto nos amó), es una dignidad tan grande, que me regalo mucho de pensar en ella. Bien veo que no hay con qué se pueda comprar tan gran bien en la tierra, mas si hacemos lo que podemos en disponernos para acoger los bienes que Dios quiere regalarnos en la oración, su Majestad nos abrirá los tesoros de su corazón, porque no se niega él a nadie que le busque con corazón sincero.
Le diré que tan necesaria me parece la oración, que pienso que el alma que no la tiene es como un cuerpo tullido, que aunque tenga pies y manos, no los puede mandar. Y así son nuestras almas, creadas por Dios con grandes posibilidades y dones, que sólo se descubren y ponen en práctica en el encuentro amoroso con Aquél que las crió con infinita misericordia. Considero yo que es nuestra alma como un castillo, todo de diamante o muy claro cristal, en el que hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. En el centro y mitad de todas ellas, está la principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura del alma y sus grandes capacidades. Baste pensar que nos dice su Majestad que nos hizo a su propia imagen y semejanza, para sospechar algo de nuestra riqueza interior. A cuanto yo puedo entender, la única puerta para entrar en este castillo es la oración.
Yo veo mi alma tan aprovechada y rica en virtudes desde que tengo oración, que es como si me regalaran con numerosas joyas y manjares exquisitos. Pienso que hemos de ser muy bobos si no abrimos nuestros corazones a este gran Señor para que Él los llene, que es como si estuviéramos junto a la fuente y, por no hacer el esfuerzo de llevarnos el agua a la boca, nos muriésemos de sed. Pues, ¿qué no dará a sus amigos quien es tan amigo de dar y puede dar cuanto quiera? Él, que ha dado su vida por nosotros, por fuerza ha de seguir dándonos todo lo que necesitamos para crecer en su amor, si se lo pedimos con confianza. En el nombre de Nuestro Señor pido a quien no tiene oración que no se prive de tanto bien como su Majestad quiere regalarnos en ella.
Al mismo tiempo, debo decirle que cuando yo no tenía oración, no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte. Ahora me espanto cómo pude llamar vida a vivir sin ella. Dios me perdonará que, por mi ignorancia, no sabía yo apreciar tan gran bien. O quizás fuera el orgullo, que nos hace creer que nos bastamos a nosotros mismos y que sabemos todo lo que necesitamos saber y que no necesitamos de un Salvador, al fin y al cabo, porque no lo buscamos. De lo que yo tengo por experiencia puedo decir; y es que, por males que haga quien ha comenzado la oración, no la deje, pues es el medio por donde puede remediarse y sin ella será mucho más dificultoso. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo que no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear, que nadie tomó a Dios por amigo que no fuese correspondido por Él. Más me atrevo a decir: que es Dios quien nos ha amado primero, y nos busca y nos llama a grandes gritos, y está deseando manifestarse a nosotros… y sólo nos pide que nos dispongamos en la oración para poder regalarnos.
Qué es la oración y sus cimientos
En cuanto a saber decir qué es la oración, no es otra cosa, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama. Cuando el alma ora, tiene amorosa conversación nada menos que con Dios, por lo que es bueno que advierta y considere mucho con quién está y quién es ella y qué es lo que dice, porque si no es así, no lo llamo yo oración, por mucho que menee los labios. No basta con repetir fórmulas aprendidas, como pueden hacer unos pájaros, que me han dicho que repiten lo que escuchan, pero sin entender lo que dicen. No necesita de palabras rebuscadas ni de elegantes razonamientos, sino hablar al corazón de su Esposo con humildad y sencillez. No crea que le han de faltar palabras para hablar con Jesús. Al menos, yo no le creeré, que basta tratarle como Amigo y Compañero y Hermano, valiente Capitán, siempre cercano a los suyos en la pelea. No es nada delicado mi Dios, ni mira en menudencias. Muchas veces gusta más su Majestad de la humildad de una pobre labradorcilla que, si más supiese más dijese, que de muy elegantes razonamientos. No son tan importantes las cosas que le decimos como el caer en la cuenta de que estamos tratando con Dios mismo, que nos acoge en su compañía y nos hace miembros de su familia. En nuestra relación con él, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho. Así, aquello que más os despertare a amar, eso haced.
Cierto, no necesita el alma condiciones especiales para tratar con Dios en la oración, ni fuerzas corporales; pues, ¿quién no puede echar unas pajillas en el fuego cuando ve que va a apagarse? No creo yo que sea mayor el esfuerzo de estarse en amorosa compañía con quien tantas muestras de amor nos ha dado. Él nos acoge, a pesar de nuestra baja condición, con tal de que aquel rato le queramos dar entero el pensamiento y el corazón. Y, pues todo lo sufre y sufrirá por hallar un alma que quiera estarse con Él y tratarlo con amor, sea ésa la nuestra. Es verdad que, para que sea verdadero el amor, han de encontrarse las condiciones y han de igualarse los amantes. La condición del Señor ya sabéis que no puede fallar, que nos ama como Dios. La nuestra es ser ruines y miserables. Por mucho que lo considero, no puedo yo entender que un Dios tan grande venga a tratarse con unos gusanillos malolientes. Me espanta la humildad de este gran emperador, que ama a una como yo y me acoge en su compañía, haciéndome de los de su casa. Señor mío y Dios mío, ¡qué grandes son vuestras grandezas!, y andamos acá como unos pastorcillos bobos, que nos parece entendemos algo de vos, y debe ser tanto como nonada. Si me espanta mirar vuestra majestad, más me espanta, Señor mío, mirar vuestra humildad y vuestro amor, que en todo podemos tratar con vos como queremos, sin necesidad de que otros nos presenten o nos introduzcan. Vos mismo descendéis a cosa tan pequeña como nuestra alma, y nos ensancháis y engrandecéis poco a poco, conforme a lo que es menester para lo que queréis poner en nosotros
Ya se entiende que los cimientos sobre los que se ha de levantar el edificio de la oración son el amor de unos con otros, el desasimiento de todo lo criado y la humildad (que, aunque la digo a la postre, es la principal). Si éstos fallan, se vendrá abajo todo el edificio. En cuanto al amor, ya saben que los que más han hecho por los prójimos siempre han sido los grandes amadores de Dios, y todo lo demás es humo de pajas, que dura un momento, como se suele decir. Y, para unirnos con Dios, que es el mismo Amor, claro se ve que ha de ser caminando en el amor, como nos enseñó su Divino Hijo. En cuanto al necesario desasimiento, paréceme es claro cómo hemos de desembarazarnos de todo lo que no es Dios para llegarnos a Él. Si los quereres y las cosas ocupan nuestros pensamientos y nuestras fuerzas, ¿cómo diremos que amamos al Señor por encima de todo? Decíale que es igualmente necesaria la humildad, que no es otra cosa sino andar en la verdad; esto es, descubrir que no estamos huecos, sino que Dios mismo nos habita, y comprender que estamos llamados a unirnos con Él y que, aunque con nuestras solas fuerzas no somos capaces, podemos disponernos para que Él obre en nosotros. Pidámosle confiadamente su luz, que Él no se niega a nadie.
Los grados de la oración
Para explicarme mejor, voy a hacer uso de una comparación: Ha de hacer cuenta el que comienza a orar que es como el que quiere plantar un huerto en una tierra abandonada, llena de piedras y malas hierbas. Con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, quitar las piedras y malas hierbas del corazón, que son nuestros pecados, y plantar las buenas, que son las virtudes. Hemos de procurar que crezcan estas plantas, y tener cuidado de regarlas, para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den buen olor, para que este Señor nuestro venga a deleitarse muchas veces a nuestro jardín y se encuentre allí a gusto.
Los que comienzan a tener oración son como los que sacan agua de un pozo, que es algo trabajoso y el resultado bien pequeño. Es verdad que les cuesta mucho recoger los sentidos, que como están acostumbrados a andar desparramados y llenos de ruidos, es harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a estar en silencio interior y exterior, leyendo en buenos libros y discurriendo con su entendimiento en lo que leen, meditando en la vida de Cristo, y en el conocimiento de sí mismos, y en los misterios de nuestra santa religión. Hay muchos libros para esto, que presentan meditaciones para cada día de la semana y pueden ayudar mucho en los inicios.
La segunda manera de regar el huerto es sirviéndose de una noria, con su torno y arcaduces, que se saca más agua con menos trabajos (recuerdo que en la casa de mi padre había una de esas). A este modo llamo yo oración de quietud, en que comienzan a recogerse las potencias del alma dentro de sí. Hay que procurar tener a Cristo, nuestro bien, siempre presente, acostumbrándose a no se le dar nada de ver u oír fuera de Él. Si está triste, mírele camino de la cruz, perseguido de unos, negado de otros, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. Y Él es tan bueno que olvidará sus penas para consolar las vuestras. Si está contento, mírele resucitado y gócese en su gloria. Más no se canse en pensar mucho ni se quiebre la cabeza con muchas palabras, sino lleve la voluntad con mucha suavidad a estarse en amorosa atención y tierno afecto con su Esposo. Cuando la memoria y el entendimiento no ayudan a la voluntad a despertarse para más amar, no las haga caso y céntrese en esta atención amorosa a su Esposo en paz y sosiego, sin buscar palabras ni consideraciones que lo quieran explicar. Déjese mirar por Cristo y mírele con afecto y gratitud.
La tercera forma de regar el huerto es cuando se tiene un río o un arroyo, que se encamina el agua por los surcos y se la deja que empape la tierra con poco trabajo del hortelano. Cierto es que la corriente de agua la tiene que dar el Señor. Este tercer grado de oración es un sueño de las potencias en que se goza de Dios con mucho deleite, sin entender qué le pasa ni poderlo explicar con palabras. No me parece que esta paz y deleite y contento nazcan del propio corazón, ni de sus pensamientos, ni de lo que ha visto ni oído, sino de otra parte más interior. Ni aquel contento se siente como los de acá. Pienso que debe ser algo que sucede en el centro del alma, donde Dios está presente y se comunica. El alma se olvida totalmente de sí y sólo desea cumplir en todo la voluntad de Dios. Bien puedo decir que se cumple lo que decía el apóstol San Pablo: que el Espíritu de Dios ora en nosotros con gemidos inefables. Es tal el gozo interior que toda ella querría ser lenguas para alabar al Señor, al que dice mil desatinos santos.
El cuarto grado de oración es como cuando llueve sobre el campo, que la tierra se moja más y el hortelano no trabaja nada. Así, cuando Dios quiere comunicarse en esta divina unión, se goza sin entender lo que se goza, participando de la vida y del amor y de la compañía de Dios, que la levanta y la introduce en sí. Hagamos cuenta que los sentidos y las potencias (que son los habitantes del castillo) escuchan un silbo amoroso de su Rey. Un silbo tan suave que casi no lo entienden, pero produce su efecto y dejan de lado todas las cosas exteriores en que andaban ocupadas y métense en el castillo y ocúpanse todos en lo que deben, que es en servir a su Señor, cumpliendo así el oficio para el que fueron creados. El entendimiento conoce secretos inefables de Dios y la memoria queda llena de su presencia y la voluntad se hace una con la de Cristo, de modo que puede decir como el apóstol, que ya no vive ella, sino que es Cristo quien viven en ella.
Hele cobrado muy particular afecto, que no hay para mí mayor deleite que tratar con personas de hacen oración. Dicen algunos que ésta es una senda estrecha. No me lo parece a mí, sino Camino Real, que de seguro nos lleva al Reino prometido. El alma ocupada en la oración es como la abeja, que labra en la colmena la miel. Así, cuanto vuelan a Dios y se llenan de su dulzura, pueden extenderla por el mundo.
Cierto, hemos de orar en todas partes, más es tanta nuestra flaqueza, que será bien buscar algunos ratos de soledad y llevar concertados los tiempos que dedicamos cada día al señor, y una vez comenzada la oración, no dejarla por cualquier nonada, sino perseverar hasta beber de las aguas de la vida que Nuestro Señor nos promete. Comience, pues, con una determinada determinación, y no la deje jamás, por muchas sequedades, tropiezos y distracciones que el demonio le pusiere delante; que tiempo vendrá en que se lo pague el Señor todo junto. Y, pues nada se aprende sin un poquito de esfuerzo, dé por bien empleado éste, que yo le digo que, por un momento que le dé el Señor a gustar su presencia, quedan pagados todos los trabajos que en buscar oración pasare. Ponga los ojos en Cristo y en todo lo que Él ha pasado por amor a nosotros, y todo se le hará poco.
Quede vuestra merced con Dios y con la gloriosa Virgen María, Nuestra Señora. Ella no estuvo un instante de su vida sin tratar de amores con su Divino Hijo, y así ha de ser nuestra principal maestra de oración, junto con mi padre y señor San José, que tan íntimamente trató, también, a su Majestad en la tierra. Y manténgase en este camino, sin abandonar a mi Señor, que Él mismo enseña que empezar es de muchos y perseverar de pocos; y en estos tiempos recios son menester amigos fuertes de Dios.
Quedo sierva de vuestra merced. Teresa de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario